A decir verdad, no recuerdo bien como inició. Entre la niebla de mis recuerdos me llega una escena vista en tercera persona desde un punto ahí arriba, flotando cerca del techo como un fantasma mientras un pequeño grupo se encuentra bebiendo algunas cervezas, Coca Cola, zumo de zanahoria o agua (usted eliga) mientras se conversa algo sobre algo; de pronto, por azares del Destino o de la Nada la plática gira hacia los libros, las películas o las cumbias. Si le hago caso a mi lado intelectual, diré que hablábamos sobre libros, que en palabras de Pamuk, al contener literatura llevan consigo las semillas del único Consuelo. Claro que por adoptar una falsa pose, de esas que tanto molestan a las personas encantadas de adoptar falsas poses, podría decir que se hablaba de Filosofía o de Semiótica… pero no, en esta ocasión prefiero mantener la pretensión a niveles tolerables.
Libros, pues. Hablábamos de libros y al hablar de libros hablábamos de autores: Cortázar, Eco, el ya mencionado Pamuk, no sé… el que se te ocurra. Inevitable, en aquella ocasión, no llegar a tocar de paso a Cien Años de Soledad. Y ahí es donde la sesera me falla, los cables se cruzan y al querer mencionar el nombre del autor mis cuerdas vocales solo atinan a mencionar “Gael García Márquez”. Risas generales, me pongo rojo como un tomate (para redundar en el cliché); he fusionado al escritor con el actor y por mi rudimentaria concepción del Multiverso (aderezada con la Imaginación), sé que en algún punto de la vasta Existencia esa clase de deforme ser ha nacido, pues lo he pensado en un filamento de mi imaginación por un instante, tiempo suficiente para hacerlo real.
Esa equivocación, esa vergüenza fue la que dió nacimiento a la idea de hacer la serie de mash-ups que publico en Colibrí, si bien en el primer número aparecen “Nikolai Gogol Bordello” y “Anne Frank Zappa”, un descuido ha querido que el primero de ellos, “Gael García Márquez”, aparezca hasta la segunda entrega.
Bueno, siendo sincero, al momento de teclear estas letras me parece recordar que, después de todo, quizá hablábamos de lo guapo que es Gael García Bernal.
O de cumbias.
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